En 1961 —es decir hace 61 años— se hundió el barco David Arango, un vapor que era como el Titanic del río Magdalena
Cuentan quienes los conocieron, que era un verdadero palacio flotante, con comodidades dignas de un hotel cinco estrellas, con grandes salones exquisitamente decorados donde los pasajeros bailaban al son de orquestas mientras disfrutaban las largas noches de jolgorio, con una distinguida tripulación que se desvivía por el confort de quienes viajaban en primera clase, con habitaciones con aire acondicionado; era nuestro Titanic criollo.
En las cubiertas del David Arango nacían amistades, se escribían libros y canciones y se tejían amores prohibidos, mientras el buque se deslizaba lentamente por el río Magdalena saludado por bandadas de garzas blancas, babillas, patos cucharos y voluptuosos manatíes que evocaban a las sirenas presentes en los relatos de los viejos marineros; siempre llevando y trayendo pasajeros, mercancías, progreso y vida a las florecientes poblaciones ribereñas.
El David Arango realizaba su recorrido entre Barranquilla y La Dorada y viceversa (pasando por Barrancabermeja) con una parada obligada en el puerto de Magangué, que en esos momentos vivía su época de gloria, consolidándose como el segundo puerto fluvial más importante del país.
Este vapor, insignia de la flota de la Naviera Fluvial Colombiana, marcó la época dorada de la navegación fluvial de pasajeros en Colombia, época que poco a poco fue relegada por el ferrocarril, las carreteras y la falta de apoyo del gobierno.
Lamentablemente al atardecer del 16 de febrero de 1961, mientras se encontraba en el puerto de Magangué, el lujoso vapor fue consumido por las llamas que en cuestión de minutos envolvieron toda la embarcación, dando a los 120 pasajeros el tiempo justo para desembarcar.
Tras infructuosos esfuerzos por parte de la tripulación para apaciguar el fuego, el capitán dio la orden de cortar las amarras y permitir que el buque, convertido en una gigantesca tea, se desplazara aguas abajo y así evitar una tragedia mayor, ya que las llamas del incendio amenazaban con propagarse a los techos de las casas.
Con el fin del David Arango, llegó también el fin de la época gloriosa de la navegación fluvial de pasajeros en Colombia y de gran parte de las poblaciones a la orilla del rio, que construyeron su gloria al paso de las grandes embarcaciones.
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