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El periodista Jesús María Cataño nos habla de su viaje a Bolivia

El periodista Jesús María Cataño nos habla de su viaje a Bolivia BARRANCABERMEJA VIRTUAL tiene el gusto de presentarles a sus lectores, algunas de las crónicas escritas por el periodista Jesús María Cataño Espinosa, a quien en Barrancabermeja muchos conocimos como Chucho Cataño.    El veterano periodista, aprovechando las festividades del fin de año, está de visita en la Bolivia de Evo Morales, país andino, suramericano, ubicado en todo el centro del continente.

 

‘Chucho Cataño’ ejerció el periodismo durante varios años en Barrancabermeja y hoy se dedica a recorrer el mundo y narrarnos desde su óptica, lo que ve y percibe en otras latitudes de nuestro planeta.

 

El relato de hoy lleva por título: «Cochabamba, corazón y granero de Bolivia custodiado por un Cristo colosal».

 

 

Cochabamba, corazón y granero de Bolivia custodiado por un Cristo colosal

Por: Jesús María Cataño

 

En un vuelo de 40 minutos desde Santa Cruz de la Sierra, nos asomamos a una planicie resguardada por varios cerros grisáceos reflejados en las aguas del lago Alalay, que hoy se vio meditativo y soñador, pero que a veces gime azotado por fuertes vientos, de acuerdo con la auxiliar brasilera quien cortésmente nos indicó el fin del viaje y nos mostró el paisaje armonioso por entre la ventanilla del avión avro.

 

En tierra, sorprende la elevada temperatura, que contrasta con sus 2.700 metros de altura aún fuera de las instalaciones del moderno aeropuerto en el que se percibe un aire de cordialidad, de los funcionarios y de los concurrentes.

 

Los cerros más prominentes son el San Sebastían y el San Pedro, en donde se levanta el Cristo de la Concordia, una de las imágenes más grandes del planeta, con 40 metros de altura y un peso de 2.200 toneladas, que le da la cara a la ciudad antigua y la espalda a los sectores más recientes de su zona metropolitana que se tragan de manera progresiva todo el valle entre las cordilleras oriental y occidental.

 

Algunos expertos han expresado su preocupación por la incontrolada expansión de la ciudad que ya es una amenaza para la tradicional vocación agrícola de la región, considerada como la despensa de los bolivianos y han reclamado del alto gobierno mayor atención al crecicmiento de esta urbe, cuya población ha crecido notoriamente en los últimos años. En la actualidad, se clcula que 2 millones y medio de personas viven aquí.

 

Como hacen la mayoría de los turistas que llegan a Cochabamba, nuestro primer recorrido fue el ascenso del Cristo de la Concordia.   Aunque existe un teleférico, hicimos el ascenso en auto por aquello del temor, mejor, del terror a las alturas que me priva de muchos encuentros con sensaciones extraordinarias.   El teleférico parte desde el parque de la Autonomía, desde donde también salen los vehículos de servicio público que conducen a la cima del cerro.

 

 

Sin embargo, en algunos recodos del camino y cuando la ciudad quedaba en el fondo, sentí ese desestabilizador grado de ansiedad con solo pensar en una gran caída peligrosa. Me flaquearon las piernas y me gané la recriminación cordial de mis acompañantes.

 

Mi visión periférica me mostró algunos destellos de la belleza del paisaje que no pude disfrutar sino hasta el momento cuando el vehículo se detuvo en el comienzo de las escalinatas que conducen hasta el pedestal del enorme monumento.

 

Aunque la armonía y la belleza están por fuera de nosotros, en la naturaleza, en el paisaje, tambiém requerimos de especial sensiblidad para gozar con estas estampas que son como el renacimiento para el corazón fatigado de nuestros años postreros.

 

Con una vista de 360 grados sobre la zona metropolitana, cada mirada es una murmuración y una reafrmación de que no somos más que entes diminutos en el universo en donde hay más de 100 millones de galaxias, de las que la Vía Láctea es solo una.

 

A diferencia de Santa Cruz de la Sierra,    Cochabamba  tiene muchos edificios modernos entre sus construcciones coloniales que son abundantes. Desde el cerro se aprecia el desarrollo urbanístico, colorido y multiforme y se puede dimensionar la extensión del lago Alalay, su sendero de 15 kilómetros, el jardín botánico, las avenidas, los parques y el río Rocha, de cuyo caudal apenas queda una lánguida corriente.

 

 

En medio de centenares de turistas, niños y personas de avanzada edad, con un clima sorprendentemente cálido en una altura de 2.850 metros, con el sol a punto de esconderse, entre vientos suaves y tibios, sentí una ráfaga combinada de enojo y ternura mirando muchos pequeños que piden monedas y dulces a los turistas que los miran con desprecio.

 

Muchas indígenas envueltas en faldas largas y gruesas, de pliegues, con sombreros negros y blancos, adornan el entorno y los visitantes toman fotos de manera compulsiva, brincan y algunos cantan.

 

Ya en la tarde noche y en el norte de la ciudad, nos atendimos con la abundante y afamada cocina cochabambiana, que le da crédito como la capital gastronómica de Bolivia.

 

«Más grande el deseo que el estómago», dice Mamá Alicia, y nos precipitamos a pedir Pique MachoCharque can  y  Chicharrón de Chancho, que no es chicharrón sino carne de cerdo en trocitos.     Nos tocó recurrir a la colombianada tradicional de pedir una »una bolsita para llevar», que nos sirvió como desayuno del sábado.

 

Miré el aviso del restaurante y leí »Punto de Encuentro» y entonces pensé que seguía en mi condición de zombi y me imaginé en la cabina de la emisora de la Universidad de la Amazonia.

 

 

Afuera, a pocos metros de la puerta de entrada, me topé con un reverbero humeante y el olor medio perfumado.   Se trata de la quema del Kho’a, un tributo a la Pacha Mama, para dar gracias por la productividad y pedir la continuación de los ciclos de productividad.   También es una práctica ancestral para pedir prosperidad y perdón por los errores cometidos.

 

Mientras se realizan la quema, los bolivianos ruegan por salud, prosperidad en los negocios o para que la Pachamama les provea las energías positivas de la naturaleza.

 

En la noche, después de más de 25 años, durante los cuales cada uno marchó por senderos distintos, me reencontré con Ovidio Espinosa, quien aterrizó aquí para salvarse de la persecución que sufrió por causa de su decidida participación en la lucha sindical, política y social en el departamento del Caquetá.

 

Al aparecerse eufórico en la puerta de su apartamento, le vi un aire de intelectual en sus facciones acentuadas por el paso de los años. Su abrazo fue más que un saludo, un jirón de historia, como un viaje veloz al génesis de las luchas sindicales y políticas en Caquetá de los años setentas y ochentas que absorbió toda la savia de nuestras almas.

 

Como me sentí espantado por la cama muy alta que me dieron, le pedí a Inés que vigilara mi sueños por ese temor a las alturas pero solo logré que gozara de nuevo con mi acrofobia.

 

De todas maneras dormí como un niño porque cada viaje es como la despedida del tedio que nos llega con el ocaso de la vida.

 

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