Por: Daniel Barba Llanes.
Palmoteó sus débiles piernas con fuerza cuando frustrado, tras intentarlo varias veces, no logró recordar apartes de la letra de esa melodía. El alzheimer ya le estaba pasando factura.
Impotentes presenciamos ese drama, la lucha interna de Wilson Choperena, el autor de la letra de la famosa cumbia La Pollera Colorá, contra la desmemoria. El mulato acordeonero de nombre Erwin, miembro de la dinastía del folclor que puso en alto los colores de Santander en el reality de RCN televisión factor X, representándolo con sus parientes los Hijos de Doña Diana, decidió ponerle fin a la silenciosa angustia y ese momento tan doloroso.
Rompió el silencio que causaba la impotencia. Movió ágilmente sus dedos sobre los botones blancos de su acordeón Honer, del que desprendió el ritmo de la famosa melodía, mientras el maestro luchaba internamente y a brazo torcido con su cerebro, empecinado en hallar afanosamente las palabras perdidas en alguna carpeta de su memoria.
Entonces Chope, como lo llamábamos cariñosamente, empezó a tocar las palmas lentamente al tiempo que movía de un lado a otro su tronco al ritmo del acordeón, mientras permanecía sentado en el sofá, lo que nos hizo de repente olvidar ese vergonzoso impase.
Y se hizo el milagro. Por un momento clavó su mirada hacia el infinito, al tiempo que continuaba golpeando las palmas de su mano al ritmo del acordeón. Hasta que de sus entrañas y con energía inusitada surge el grito que le puso el ingrediente secreto a la fórmula de esa icónica canción:
— ¡Ayyyyyy, cuando te canto Soledaaaaaad! …
Fluyó silvestre su melodioso canto al tiempo que aceleraba los movimientos de su desvencijado tórax rítmicamente.
Y Continuó.
— Porque con su movimiento, emoción ella me daaaa …
Las palmas de quienes presenciábamos ese milagro no se hicieron esperar y lo acompañábamos el ritmo mientras coreábamos:
— Con la pollera colorá.
Cayó en desgracia en el ocaso de su vida.
En julio del 2010, cuando el país conmemoraba el Bicentenario de la Independencia, arribó en un avión de Easy Fly a Barrancabermeja. Lo hizo en compañía de su fiel pareja Doña Carmen, que parecía a lo lejos no su concubina, con quien tuvo dos hijos, sino una de sus hijas. Llegaron ilusionados porque eran los invitados a un homenaje en vida. Pero esta vez había una coyuntura, era una actividad de recaudación de fondos para amortiguar su alicaída situación económica y de la que nos enteramos con reportajes que le hicieron en El Heraldo y la revista Semana. Pasaban sus días afrontando padecimientos y arrendados en una vivienda al sur de Bogotá.
Sin embargo, quienes lo conocieron en la época durante la cual vivió en Barrancabermeja, quedaron extrañados al conocer de los fines del homenaje, porque Chope contaba con dos hijos de su anterior matrimonio que se hallaban trabajando uno en Ecopetrol y otro en el club social de la empresa. Su compañera Carmen aseguró que ellos no velaban por él, supuse que quizás aún existía algún resentimiento provocado por la disipada vida que llevaba Chope en sus años mozos y cuya herida, quizás, nunca cicatrizó.
Tenía 82 años. Caminaba haciendo un gran esfuerzo siempre apoyado en Carmen. Desde su llegada a la ciudad fue todo un acontecimiento que los periodistas locales no querían dejar pasar desapercibidos.
Las nuevas generaciones de reporteros hacían cola para entrevistarlo, pero aunque trató de hacer esfuerzo no pudo musitar palabras. Tenían que hablarle al oído y él respondía con murmullos ineludibles.
Ellos insistían en que la cantara, pero intentaba recordar, sonreía y no musitaba palabra alguna.
Empero, como reza el adagio popular, la tercera es la vencida y Sonia, la reportera de un canal comunitario de televisión, tuvo el privilegio de grabar para televisión ese histórico momento, parecido a la vez que la pollera dejó de ser un simple baile de salón para traspasar las fronteras del país.
Por una sola vez esa tarde de su ronca voz, surgió ese grito que convertiría en su impronta:
— Ayyyyyyyyyyyyyyyyy al sonar los tambores.
Ella fue la única en captarlo por eso no cabía de la dicha. Hernán Herazo un septuagenario sabanero amante del porro y el fandango quien como muchos otros llegó a Barrancabermeja para quedarse por siempre, cuenta que la pollera colorá se tocaba instrumental.
— «Era un popular baile de salón, pero al que le faltaba algo. Era como faltarle el suero al mote de queso o el pique al mute santandereano»—, diría don Hernán.
Hasta cuando esa misteriosa morena, que se hizo llamar la negra soledad, salió a la pista, provocando en Wilson una atracción inmediata por el cadencioso movimiento de sus voluptuosas caderas. No se sabe si entre ellos dos hubo algo, algunos dicen que fue un romance furtivo, aunque la verdad reposa en la intimidad de sus recuerdos. Lo cierto es que su admiración por el movimiento de la despampanante mulata fue tal que de inmediato provocó la musa de su inspiración, para componer la letra a la creación musical de Juan Madera, el director de la orquesta donde cantaba Choperena.
Hernán dice recordar que Chope le dijo a Madera:
— «Juancho, aquí te traigo la letra para que vistas a tu pollera».
Cuando Chope la cantó por primera vez pegó su particular y estremecedor grito, puso a todo el público de pie y a Hernán la carne de gallina.
— «Eso fue algo nunca visto».
A partir de ese momento supo que la Pollera iba a ser tan famosa y apetecible como el suero que lo estimula a probar las delicias del mote costeño.
La Pollera no la interpretaron dos santandereanos. Fueron dos costeños, pero como el que pisa tierra santandereana ya es santandereano, entonces los propietarios de la famosa letra por derecho propio ya lo son.
Aunque sí, es santandereana como el torbellino y la guabina. Es una cumbia que cobra vida oficialmente en la Notaría Primera de Barrancabermeja el 24 de octubre de 1962. Como ha sido la característica de muchos habitantes nacidos en estas tierras: hija de padres costeños nacida en Barrancabermeja, Santander; grabada en más de 100 versiones y la canción más emblemática y representativa de la música colombiana.
La colocan en las victorias deportivas de Colombia, en todo evento folclórico e incluso hasta Bart Simpson, uno de los dibujos animados más famosos del mundo, le hizo ese reconocimiento en uno de los programas de caricaturas cuando el tabernero Moe lo hace subir a la barra de su estadero para que dance un ritmo con tal sorpresa que el escogido por el popular pilluelo es el colombiano.
En sus últimos días de vida Wilson vivía del recuerdo que, incluso, ya están borrándose por cuenta del alzhéimer. Su vida transcurría en una modesta vivienda arrendada en un sector popular de Bogotá, en donde, junto a Carmen y sus dos hijos Yamileth y César, pasaron sus vidas dependiendo del porcentaje de los ingresos por regalías que les paga por anticipado SAYCO. Cada vez que llega el tiempo de cobrar reciben es poco, porque los anticipos se encargaron de reducir el ingreso esperado con angustia.
Progresivamente aumentaron sus achaques. Parecía un niño al que debían guiar hasta para levantarse. Caminaba a diario al vaivén de su pareja, hablaba menos y cada vez más bajito y la mayoría de las veces permanecía anclado con la mirada fija en el infinito. Aunque nunca dejaba de sonreír, siempre fue su característica.
Atrás quedó esa figura que reflejaba energía y generaba atracción en la mujer, a las que hacía rendir cada vez que le ponía sello personal al ritmo de la pollera y con la que sedujo a Carmen.
Chope murió un 11 de diciembre del 2011 en medio de la pobreza.
Aunque la pollera sigue sonando igual que en sus años mozos y como es usual, ese grito se convierte en el preámbulo de un contagioso ritmo que hace bailar hasta el que no sabe.
Una vez me acordé de él y de mi frustración de no lograr el objetivo deseado ante el afán de protagonismo desmedido de quienes aprovecharon su regreso a Barrancabermeja, que lo vio surgir como artista. Ignorando su tragedia, lo promocionaron como parte de un espectáculo para mostrar.
En una enorme tarima colocada en un carril de la Avenida Ferrocarril y ante una multitud que había ido a verlo, durante la celebración del bicentenario de la Independencia, las autoridades políticas que estaban cómodamente sentadas, observaron como Chope pemanecía paralizado y sin musitar palabra en solitario y de pie, con su sombrero de copa y camisa manga corta blancos, en el centro de la tarima delante de un público expectante que, como en los tiempos romanos, pedía show. No lo hubo. Chope no respondió ante el pedido del animador para que bailara y cantara. No fue así, esos viejos tiempos hace rato quedaron atrás.
Meses después pude comprobar que la Pollera sigue vigente. Cada vez que suena, el público empieza a palmotear y bailar. Ocurrió con el ritmo cadencioso de las pequeñas del grupo de danzas de Santa Teresita que la bailaron como parte de su presentación artística. Entonces escuché por los parlantes su extraordinario grito: — Ayyyyyy al sonar los tambores… Y como ocurrió la primera vez en aquella época de don Hernán se me puso la carne de gallina.
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«El grito que inmortalizó a Chope», crónica periodística que forma parte de la colección «Historias de vida en color bermejo», de la autoría del comunicador social, DANIEL BARBA LLANES / Barrancabermeja, 2.013.