Con motivo del aniversario de la pascua de Monseñor Jaime Prieto Amaya, me han pedido hacer una reseña de recuerdos de su paso entre nosotros en la Diócesis de Barrancabermeja entre 1993 y 2009.
He retomado algunos apartes de un perfil que elabore hacia el 2010, cuando le rendimos un reconocimiento, en vida, al partir hacia la Diócesis de Cúcuta y le he adicionado algunos apartes complementarios de su caracterización pastoral y otros referidos a su personalidad, eso que muchos llaman “su lado humano”.
Monseñor Jaime Prieto Amaya, un Pastor con la mirada en el reino desde el evangelio y los pies sobre la realidad de su pueblo.
Al asumir en su escudo episcopal el lema «Justicia y Paz», Don Jaime, reflejaba un deseo de mantener su línea ministerial, el compromiso de la Evangelización desde la realidad social y la coherencia entre lo que desde su presbiterado, en la Diócesis de Facatativá, proclamaba y demandaba de la misión pastoral de los clérigos en sus tres grados ministeriales.
Si bien, su experiencia con el DEPAS del CELAM y la labor con comunidades campesinas desde la capellanía del SENA le había dado una visión clara y amplia de la realidad sociopolítica de América Latina y Colombia, fue el encuentro con la realidad del Magdalena Medio y con la dinámica de sectores de la sociedad civil y de la Iglesia Diocesana lo que lo llevaron a validar ese lema episcopal que intuitivamente había asumido.
Monseñor Jaime pidió a los agentes de pastoral un compromiso frente a la realidad social y poco a poco fue encausando la fuerza de ese compromiso en la evangelización de lo político sin desconocer que la promoción humana y social era básica y seguía siendo necesaria para crear una base social capaz de generar organización, movimiento social e incidencia social y política. Obviamente, además, sin desconocer ni descuidar las demás dimensiones de la evangelización y su ministerio Episcopal.
Fueron, el Secretariado Diocesano de Pastoral Social y el Programa Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, e innumerables los apóstoles laicos (as), religiosos (as) y clérigos quienes desde diversas áreas pastorales y del compromiso social, incluso no eclesial, apoyaron y complementado el trabajo evangelizador, gracias al sentido amplio e incluyente de Don Jaime, que convocaba a todos los sectores. El que no participaba era porque no se sentía identificado con la líneas pastorales, pero sus convocatorias eran abiertas con espíritu de democracia incluyente y participativa.
Entre 1993 y 1997 se hizo énfasis en el trabajo por el desarrollo humano, la formación en torno a la solidaridad, sin desconocer el trabajo por los DDHH, que llevó a la consolidación de la Comisión Diocesana de Vida y Paz.
Fue la masacre del 16 de Mayo de 1998, la que llevó a Monseñor Jaime a motivar en la Diócesis un compromiso más acentuado con los DDHH y la Paz, pero bajo un atinado principio, trabajar por la paz y los Derechos Humanos implica afinar el trabajo por el desarrollo humano integral como nuevo nombre de la paz y la justicia social como prolegómeno de la justicia y reparación integral de todas las víctimas de violaciones de los DDHH y del conflicto armado y social; todo bajo la iluminación de la palabra de Dios y la Doctrina Social de la Iglesia.
En el periodo 1998 a 2001 fomentó, desde el Secretariado Nacional de Pastoral Social, pues presidía la Comisión Episcopal de Pastoral Social y el Proyecto Laboratorio de Paz del PDPMM, programas de formación para agentes pastorales y líderes sociales en el campo de organización comunitaria y liderazgo social político, como el caso de la Escuela de Formación Comunitaria de la Comisión Diocesana de Promoción Humana y Social; el FAMEP de la Comisión Diocesana de Vida y Paz y programas de atención a las víctimas del conflicto. Estos programas permitieron generar una base social más capacitada y dispuesta para asumir los aportes y espacios que brindaba el proyecto.
Tanto la Pastoral Social en sus diversas comisiones como el PDPMM, apoyadas, animadas y respaldadas por Monseñor Jaime, ampliaron la interacción, que ya existía, con otras organizaciones de los diversos sectores de la sociedad civil, para demandar respeto a los DDHH y al DIH por parte de todos los actores estatales y actores armados, al punto que se apoyaron movimientos cívicos de protesta pacífica y ciudadana como el paro de Mayo del año 98 que repudió la masacre ya referida y logró la atención del gobierno nacional, así como las marchas y jornadas de pare ciudadanos en Barrancabermeja y otras poblaciones de la Diócesis, que permitieron recuperar para la ciudadanía la protesta social civilista y democrática que habían usurpado tanto las guerrillas como los paramilitares y reivindicar el derecho, legítimo y democrático, de los ciudadanos a manifestarse libremente.
Don Jaime daba su aporte directo a la paz, con los diálogos pastorales que sostenía tanto con los actores Estatales como con los actores armados ilegales, siempre con ánimo pastoral, respetando la institucionalidad del Estado pero ratificando la primacía de todo ciudadano y de toda vida humana sobre estructuras o movimientos políticos y armados, para esto contó con el acompañamiento de Monseñor Leonardo Gómez Serna, entonces Obispo de San Gil y Socorro y de un buen grupo de clérigos y agentes de Pastoral Social de Barrancabermeja y de San Gil y Socorro.
A partir del 2002, apoyado en la interacción pastoral de la Diócesis y el PDPMM (bajo el invaluable apoyo de los Jesuitas y el CINEP) con los diversos sectores de la sociedad civil e instancias del Estado, Monseñor Jaime orienta la acción pastoral a la incidencia no solo social sino política (no en sentido partidista o electoral) surgen entonces, bajo su tutela, propuestas como las del Proceso Barrancabermeja Ciudad Región de Paz, que sirvió de apoyo a la promoción de la MOE regional del Magdalena Medio y la red de presupuestos municipales participativos en el Magdalena Medio; así como los programas Comisión Cívica de Convivencia Ciudadana, asumido desde la Pastoral Social y el Laboratorio de Paz, asumido por la CDPMM y apoyado por la UE.
Un pastor integral.
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ELIECER SOTO ARDILA, Presbítero.
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