Inicio Datos Curiosos Historia Réquiem para el hombre más grande de Barrancabermeja.

Réquiem para el hombre más grande de Barrancabermeja.

Por: Daniel Barba Llanés.

 

La vida para Isaías Díaz quedó marcada por una triste ironía. Hace 8 años fue a visitar a su madre que después de criar a sus hijos terminó viviendo con su soledad en el barrio Yarima. La halló tirada en el piso agonizante y con un madero atravesado en su abdomen.

 

Fue una muerte trágica. Tiempo después, un sábado cualquiera una vecina suya, de nombre Mirian, guiada por un pálpito que la incomodaba desde el momento en que despuntaba el alba, quiso verificar, por segunda vez, qué pasaba con Isaías a quien no había visto esa mañana.

 

Inicialmente les había pedido el favor a los vecinos que averiguaran por su vida. Ellos les respondieron que quizás estaba durmiendo la resaca del fin de semana porque creyeron escuchar detrás de la puerta el ruido del ventilador. No la convencieron, por eso nuevamente insistió ante los vecinos y se aventuró a acompañarlos para verificarlo porque tenía un pálpito que le indicaba de que algo raro estaba pasando. Se agacharon para mirar por dentro de la hendija del portón metálico que servía de puerta de ingreso de la casa donde Isaías vivía en soledad. Fue entonces cuando se toparon con sus pequeños zapatos, algo no andaba bien.

 

Lo hallaron tirado en el piso, agonizando aún y con el rostro pálido.  Irónicamente, en esas condiciones, hace 8 años él había hallado a su madre. No dudaron entonces en llamar la ambulancia de Bomberos Voluntarios que minutos después lo trasladó hasta el hospital de Barrancabermeja.

 

«Se veía muy pálido, no decía nada. Presentí que de esa no salía Isa», diría Mirian.

 

Y no se equivocó. Por las redes sociales la comunidad se sorprendería de la muerte de Isaías, el técnico que anhelaba recibir el título emérito como Profesional de la Electrónica, «porque su experiencia de vida le había dado suficientes conocimientos que superaban la destreza de muchos jóvenes egresados», diría alguna vez bromeando.

 

Isaías era considerado todo un personaje de Barrancabermeja. A pesar de su baja estatura, a raíz de su enanismo, irradiaba simpatía en la comunidad que durante mucho tiempo lo vio movilizarse en una cicla, adaptada a su estatura de 1. 10 centímetros, la que se convertiría en su amiga inseparable de luchas, con la que se movilizaba siempre por las carreteras de la ciudad.

 

Su trabajo como técnico en arreglo de aparatos eléctricos poco le daba para comer. Eran más los que terminaban haciendo bulto en su humilde casa de material localizada al estrellarse la vía principal de acceso al barrio Los Almendros, sector sur de la ciudad, y a la que había que ingresar con cuidado, so pena de toparse y accidentarse con algunos de estos elementos convertidos con el paso del tiempo en chatarra y basura y cuyos dueños nunca más volverían a preguntar por ellos. Su casa se había transformado en un museo.

 

Los últimos días los vivió de mejor ánimo, pues ya estaba trabajando en el Almacén Municipal contratado como Prestador de Servicios hasta diciembre del 2.013 por la Alcaldía Municipal.   Pepe, uno de los funcionarios de la Secretaría General, la Oficina encargada de contratarlo, ríe cuando cuenta la anécdota viviente que era Isaías.

 

Por ejemplo, la vez que recibió su hoja de vida se dio cuenta que la foto era la de su imagen que recortó en una tarjetica de su campaña política al Concejo.

 

En las elecciones del 2.011 fue desechado por el Partido Verde y recibido en el movimiento de las Afrocolombianos, se autoreconoció en su afán de aspirar al Concejo. Sólo obtuvo 50 votos.

 

Su oportunidad laboral se cristalizó la vez que por orden de la primera Dama, Yinedlay Fernández, a Pepe, quien era el encargado de la contratación, le correspondería la misión de localizar urgentemente al HOMBRE MAS GRANDE DE BARRANCABERMEJA.

 

Y es que fue ingenioso. Un día menos pensado se presentó en casa del Alcalde Municipal con dos cartas, una dirigida a él y otra a su esposa. Las dos se las entregó a don Saúl, el papá del Alcalde, pero contó con la suerte de toparse al mandatario saliendo raudo para el despacho. Entonces la del Alcalde se la pidió a quien iba a utilizar como emisario y alcanzó a entregársela antes de que éste subiera al vehículo oficial que lo esperaba. Don Saúl hizo lo propio con la carta a la Primera Dama.

 

Estaba escrita a puño y letra. En la misiva le agradecería por la oportunidad que le dieron el año pasado de laborar en la Alcaldía. Pero también le informaba acerca de su calamitosa situación económica.  Isaías no tenía familia, sus hermanos poco o nada se encontraban con él. De hecho el día del sepelio lo acompañó una hermana, aunque sus amigos aseguran que eran cuatro, uno de los cuales ya habían muerto algunos años atrás.

 

La que en los últimos días se había convertido en un ángel de la guarda era Mirian, quien sería la encargada de hallarlo agonizante. Ella acostumbraba a llevarle almuerzos cada vez que podía. De resto, anochecía, como una vez le confesara a un amigo suyo, solo con un pan de sal en el estómago. Su única opción era los restaurantes para la tercera edad que subsidia el Municipio y en los que les dan un almuerzo todos los días a adultos mayores en situación de vulnerabilidad. Pero por falta de recursos no estaban funcionando.

 

El Alcalde leía la misiva mientras el carro arrancaba, que incluso antes de partir le transmitió un mensaje de esperanza, cuando bajó el ventanal y le mostró la mano derecha con el dedo pulgar hacia arriba en señal de aprobación. Semanas después empezó a trabajar en el Almacén Municipal.

 

A Mirian le confesaría que de vez en cuando sentía un dolor a la altura del corazón, ella le recomendó que tomara una aspirineta, pero que ni de fundas se pusiera a tomar. Hizo lo contrario y horas más tarde los vecinos observaban como se bajaba de un taxi y el conductor del mismo le colaboró sacando la bicicleta del baúl y se la entregaba a un Isaías que hacía esfuerzos grandes para permanecer en pie. Eran las 10 de la noche. Ingresó muy borracho a su rancho después de aplicarse varias polas en un estadero del sector comercial de la ciudad y no se supo más de Él.

 

Al día siguiente lo hallaron tirado en el piso, y vivo aún, con su bicicleta encima de su diminuto cuerpo. Afortunadamente cinco días antes el Municipio había firmado con la Foronda el convenio para darle cristiana sepultura a gente, como él, de bajos recursos económicos y costeó todos los gastos fúnebres. Fue sepultado en el Cementerio Municipal, un mausoleo echado al olvido y tan descuidado que, según Dora la vigilante, «los muertos de noche lloran de tristeza».  Tumbas sin mantenimiento, rosas marchitas y rodeadas de malezas y hojarascas.

 

En un hueco hecho a su medida, de dos metros de profundidad  y angosto fue sepultado. Hubo pocas lágrimas. Fue el último Adiós al hombre más grande de Barrancabermeja.

 

 

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Crónica periodística que forma parte de la colección «Historias de vida en color bermejo», de la autoría del comunicador social, DANIEL BARBA LLANES /  Barrancabermeja, 2.013 / 2.014.

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