
El expresidente Juan Manuel Santos, en un reciente llamado, convoca al expresidente Álvaro Uribe Vélez para «defender las instituciones, la base de la democracia«. Un llamado que parece ignorar el historial oscuro de Uribe y su largo camino de destrucción de los pilares democráticos del país.
Parece un chiste flojo, pero no lo es. Lo que algunos llaman una broma de mal gusto refleja, en realidad, el profundo desgaste y la putrefacción de un régimen que lleva años defendiendo los intereses de las élites sobre los del pueblo.
Uribe, ¿defensor de las instituciones y de la democracia?
La pregunta resuena con fuerza en los pasillos de la política colombiana, pues Uribe ha sido acusado de acciones que, más que defender la democracia, han perseguido a sus enemigos políticos, manipulando las estructuras del poder en su propio beneficio.
Bajo su mandato, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) se transformó en una especie de policía política, cuyo objetivo principal era vigilar, intimidar y perseguir a opositores políticos, periodistas críticos, defensores de derechos humanos, y hasta miembros de la Corte Suprema de Justicia.
El uso del DAS para fines políticos no es un incidente aislado.
Es solo uno de los ejemplos que muestran cómo Uribe consolidó un poder autoritario y cómo su administración usó instituciones del Estado para proteger su régimen y su visión política.
¿Defensor de las instituciones? Un hombre que no dudó en utilizar recursos del Estado para comprar congresistas y alterar la Constitución a fin de lograr una reelección que le permitió seguir en el poder por más tiempo del que la democracia permite.
Falsos Positivos
El escándalo de las ejecuciones extrajudiciales, conocidas como «falsos positivos«, también está vinculado a su gobierno.
Más de 6,400 ejecuciones se llevaron a cabo bajo su administración, muchas de las cuales fueron perpetradas por militares que, en un macabro espectáculo de violación de derechos humanos, presentaron a civiles inocentes como guerrilleros caídos en combate.
Esta serie de crímenes es un recordatorio cruel de que la democracia de Uribe no solo estaba plagada de mentiras, sino también de sangre inocente.
A su vez, Uribe ha sido señalado de intentar destruir la independencia del poder judicial, especialmente cuando se enfrentó al senador Iván Cepeda.
En lugar de defender el derecho constitucional a la justicia, su administración intentó arrasar con cualquier tipo de contrapeso judicial que pudiese cuestionar sus acciones.
¿Uribe, el hombre que convirtió a la justicia en una herramienta política al servicio del poder, puede ser llamado defensor de la democracia?
El llamado de Santos, más que un llamado a los demócratas, parece ser una invitación a las élites y a los corruptos del país, quienes temen la verdadera democracia, aquella que permite que el pueblo ejerza su voluntad soberana.
Es un rechazo claro a la voluntad popular, a la posibilidad de que los ciudadanos decidan el rumbo del país en plena libertad. Este es el verdadero miedo que tienen figuras como Uribe y sus seguidores: que el pueblo ejerza su poder constitucional para cambiar las estructuras que han perpetuado la desigualdad y la pobreza en Colombia.
El desprecio por la gente los terminó uniendo
Más que una defensa de las instituciones, lo que estamos presenciando es una manifestación clara del desprecio de la oligarquía por la democracia.
Un rechazo a un gobierno que, a pesar de sus falencias y contradicciones, ha buscado dar voz a quienes siempre han sido silenciados. Mientras tanto, Uribe y sus seguidores siguen defendiendo un statu quo que ha colocado a Colombia como el tercer país más desigual del mundo, donde la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo sin cesar.
Petro les representa una amenaza
El Presidente Gustavo Petro, al reivindicar el derecho constitucional del pueblo a decidir su futuro, representa una amenaza para aquellos que se han beneficiado durante años de un sistema de corrupción y de despojo.
No es casualidad que, en lugar de unirse al llamado de la democracia, los defensores de Uribe y Santos sigan eludiendo la voluntad del pueblo en favor de una élite que teme perder su poder.
En lugar de unirse por la democracia, se unen por la protección de un modelo que ya no es viable, que ya no le sirve al pueblo, y que, por su falta de sustancia democrática, está condenado a la desaparición.
La respuesta es clara
Si verdaderamente defendemos las instituciones, debemos empezar por cuestionarlas y por reconstruirlas sobre bases sólidas de justicia, transparencia y equidad.
Solo así se podrá salvar la democracia colombiana de aquellos que han intentado destruirla en nombre de un poder personal y de intereses que ya no representan a la mayoría.