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El disfraz de la neutralidad: Opinadores y caricaturistas que fingen imparcialidad mientras sabotean el cambio

Su ironía, su cinismo y su aparente neutralidad, lejos de contribuir a una sociedad mejor informada, sirven para perpetuar la confusión, el escepticismo y el desánimo frente a cualquier posibilidad de transformación social. - La historia, con el tiempo, sabrá ubicarlos en el lugar que les corresponde. Tal vez no como periodistas independientes, sino como piezas funcionales de un engranaje que busca impedir el avance de un país más justo.

En Colombia existe un grupo de opinadores y caricaturistas que se auto declaran centristas, neutrales, y orgullosos defensores del periodismo libre. 

Se presentan como voces independientes, cuyo deber es servir de contrapeso a todo poder en ejercicio, sin importar su color político. 

A primera vista, su postura podría parecer no solo legítima, sino incluso necesaria dentro de cualquier democracia saludable. Sin embargo, bajo el barniz de la imparcialidad, se esconde un patrón de comportamiento que levanta serios cuestionamientos sobre sus verdaderas intenciones y sobre el impacto real de su labor.

Este grupo de voces públicas suele ufanarse de que tanto la derecha como la izquierda los atacan. 

Según ellos, esto es una prueba irrefutable de su independencia. Argumentan que si todos los extremos los critican, entonces su posición debe ser la correcta

Lo que ignoran, o fingen ignorar, es que hay una gran diferencia entre incomodar al poder tradicional, enquistado en el Estado desde hace décadas, y debilitar a un gobierno que por primera vez intenta, con errores y aciertos, implementar reformas estructurales para transformar ese orden excluyente.

Cuando Iván Duque fue presidente, es cierto que estos opinadores ejercieron cierta crítica. 

Pero fue una crítica tibia, decorada con sarcasmo amable y caricaturas sin filo. No se les vio con la misma intensidad ni con el mismo compromiso con la denuncia frente a abusos flagrantes como la represión violenta de la protesta social, la impunidad frente a la corrupción del uribismo o las reformas regresivas que afectaban a los sectores más vulnerables

Su crítica era más bien protocolaria, como para no parecer completamente alineados con el poder, pero sin llegar a incomodar de verdad a quienes siempre han controlado el país.

El panorama cambia radicalmente con el gobierno de Gustavo Petro. 

Desde el inicio de su mandato, estos mismos opinadores se han lanzado con furia y constancia a desacreditar al gobierno y a los ponentes  de las reformas sociales que buscan combatir la desigualdad, mejorar el acceso a la salud, fortalecer el sistema laboral y transformar el modelo económico excluyente

Lo hacen amplificando errores aislados, magnificando hechos de corrupción que no niegan pero que colocan como si fueran la esencia del nuevo gobierno, y utilizando un tono de burla constante que termina por banalizar el proyecto político del cambio.

Un instrumento al servicio del verdadero poder

El supuesto “contrapeso” que dicen ejercer, entonces, termina siendo un instrumento al servicio del verdadero poder: ese que sigue controlando las demás ramas del poder, los medios tradicionales y amplios sectores del poder judicial

En Colombia, el Ejecutivo es la única rama que hoy no está bajo la hegemonía de esa clase política tradicional. Por tanto, atacar de forma sistemática a ese Ejecutivo, sin cuestionar con igual rigor al resto del sistema, no es ejercer contrapeso: es alinearse con los intereses de siempre, aunque se maquille con retórica “centrista”.

Terminan siendo cómplices 

Al final, estos opinadores pueden ser recordados no como valientes defensores de la democracia, sino como cómplices involuntarios —o no tanto— de un orden injusto que se resiste al cambio. 

Su ironía, su cinismo y su aparente neutralidad, lejos de contribuir a una sociedad mejor informada, sirven para perpetuar la confusión, el escepticismo y el desánimo frente a cualquier posibilidad de transformación social

La historia, con el tiempo, sabrá ubicarlos en el lugar que les corresponde. Tal vez no como periodistas independientes, sino como piezas funcionales de un engranaje que busca impedir el avance de un país más justo.


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