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Bogotá paga el doble por km de metro elevado que lo que Chile pagó por km de metro subterráneo

Mientras que en Santiago se prioriza una infraestructura de calidad a menor costo, en Bogotá se opta por un proyecto que, además de costar más, genera preocupaciones sobre su impacto en la ciudad y su viabilidad a largo plazo.

Metro de Bogota vs Santiago

El debate sobre el costo y la calidad de las infraestructuras de transporte en América Latina ha cobrado relevancia con la comparación entre el Metro de Bogotá y el Metro de Santiago de Chile

Según el Ingeniero de Industrias PUC, Louis de Grange, las diferencias en costos y características entre ambos sistemas son notables. 

Mientras en Santiago se construyen líneas subterráneas, sismo-resistentes y con trenes incluidos por la mitad del costo total por kilómetro que en Bogotá, en la capital colombiana se apuesta por un metro elevado cuyo precio ha sido objeto de críticas y cuestionamientos.

Las últimas líneas del Metro de Santiago, específicamente la Línea 7, la Línea 8 y la Línea 9, han sido diseñadas bajo estándares de alta ingeniería, con un costo aproximado de 120 millones de dólares por kilómetro. 

En contraste, el Metro de Bogotá, en su primera línea elevada, tiene un costo estimado de 5000 millones de dólares por 23,9 kilómetros, lo que significa un valor cercano a los 209 millones de dólares por kilómetro

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Esta diferencia de costos ha levantado serias dudas sobre la transparencia y eficiencia de la gestión de los recursos en Bogotá.

Carlos Carrillo, Director General de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), ha calificado el proyecto del metro elevado como un «engaño«, argumentando que no es más que un trencito alimentador del sistema de buses TransMilenio

Según Carrillo, Gustavo Petro como alcalde  había estructurado un proyecto de metro subterráneo con el objetivo de transformar la movilidad en Bogotá y reducir la dependencia del transporte basado en buses. 

Sin embargo, administraciones posteriores, como la de Enrique Peñalosa y la actual de Carlos Fernando Galán, han insistido en mantener el modelo de buses y en promover un metro elevado que, según sus críticos, no responde a las necesidades reales de la ciudad.

La insistencia en la construcción de un metro elevado ha sido vista como una decisión política y económica que favorece a ciertos sectores empresariales. 

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Para muchos analistas, incluyendo a Carrillo, este viaducto no fue pensado prioritariamente para el transporte de los ciudadanos, sino para facilitar la revalorización de terrenos urbanos en beneficio de grandes capitales, como los representados por Camacol (Cámara Colombiana de la Construcción). 

Esta situación plantea preguntas sobre el nivel de corrupción y los intereses ocultos detrás de la planificación urbana en Bogotá.

Mientras que en Santiago se prioriza una infraestructura de calidad a menor costo, en Bogotá se opta por un proyecto que, además de costar más, genera preocupaciones sobre su impacto en la ciudad y su viabilidad a largo plazo. 

Las diferencias en los modelos de metro de ambas ciudades ponen en evidencia la necesidad de mayor transparencia y eficiencia en la inversión pública en Colombia, especialmente en proyectos de infraestructura de gran envergadura como el Metro de Bogotá.

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