(Informe Especial).
Los alcaldes de Bogotá, Santa Marta y Magangué tienen mucho en común: Talante combativo, perfil quijotesco, pasado de izquierda, la feroz animadversión de la clase política tradicional y, en compensación, el fervor de gran parte de la opinión pública de sus ciudades, que al votar por ellos apostó por el cambio.
Son políticos inmanejables e incómodos que no responden a ningún código de conducta preestablecido. La pregunta es: ¿aguantarán hasta el final?
Gustavo Petro, Alcalde Mayor de Bogotá.
Pocos políticos han logrado mantener con vida su carrera pública sorteando los ataques del calibre que ha debido capotear Gustavo Petro. En plena campaña electoral para la Alcaldía de Bogotá, un concejal invitaba en un cuña radial a no votar por Petro porque «el grupo terrorista al cual perteneció, secuestró e hirió a muchos bogotanos». Pese a esto ganó ampliamente con 721.308 votos, superando al teoricamente imbatible Enrique Peñalosa. No sólo eso, creó de la nada, con su recien conformado Partido Progresista, una bancada de ocho concejales. Un verdadero milagro político.
Detestado por gran parte de la élite capitalina, que no le perdona su pasado en el M-19, exacerbó al máximo ese rechazo, al asumir por primera vez en la historia del país peleas que eran historicamente impensables.
Asumió como propia la causa animalista, y en esta llegó a lo que nadie se había atrevido nunca: prohibir las corridas en la Plaza de Toros la Santa María. Con esto abrió un virulento frente de batalla que nadie, antes de él, se había siquiera inmaginado.
Apaleado por las encuestas y por un sector importante de la prensa, que se ha dado a la tarea de magnificar sus errores y destrozar sus aciertos, (en temas como el pico y placa), Petro ha logrado metas tangibles como entregar agua gratis a los más pobres de Bogotá; reducir los pasajes de Transmilenio y controlar el uso de armas (hasta sus peores enemigos reconocen que con esto, se ha dado una disminución histórica del 32% de todos los delitos). Sin embargo, cursan procesos para quitarle la investidura, los cuales, de salir triunfantes, bloquearían su ascenso a la meta final: la Presidencia de la República.
Carlos Caicedo, Alcalde de Santa Marta.
Es casi imposible encontrar en Santa Marta un mínimo consenso en torno a la gestión de su alcalde, Carlos Caicedo.
Oriundo de Aracata y abogado de la Universidad Nacional, pagó cuatro años de cárcel por un crimen del que sería absuelto. Ganó la Alcaldía con una votación de 74.165 votos. Por esto, la gente del común tiene ansiedad por ver pronto los cambios anunciados en su campaña. Pero las cosas no han sido fáciles para él.
Sus malquerientes le pronostican un rotundo fracaso al frente de los destinos de la ciudad, por no contar con apoyo al interior del Concejo, y tener al frente de la Contraloría a un viejo enemigo suyo: Horacio Escobar Duque.
Se suma a esto el no haber podido consolidar un gabinete de trabajo sólido. Incluso sus amigos reconocen que tiene problemas para trabajar en equipo y dificultades para delegar las decisiones importantes.
Quienes lo apoyan indican que Caicedo está trabajando en los cambios estructurales de fondo que la Administración requiere para ser eficiente y solicitan un margen de tiempo prudencial para mostrar resultados concretos.
Se recuerda el milagro que consiguió con la Universidad del Magdalena, a la cual encontró con un déficit de $ 30.000 millones de pesos y la entregó con superávit de $ 40.000 millones. Se espera lo mismo en su gestión como alcalde, pero sus enemigos están dispuestos a no darle tregua y hacerlo todo para desprestigiarle, cueste lo que cueste.
Marcelo Torres, Alcalde de Magangué.
El alcalde de Magangué, al tercer intento, venció al candidato apoyado por la otrora todopoderosa, Enilse López. Nadie se lo esperaba.
Al asumir la Alcaldía, con el aval del Partido Verde, encontró un municipio totalmente en quiebra. Su primera denuncia fue que el Palacio Municipal estaba en ruinas y totalmente saqueado, pues se llevaron los computadores, los muebles, aires acondicionados y hasta los baños y los inodoros. No cuenta con un solo peso para inversión. La deuda pública asciende actualmente a $ 3.540 millones de pesos.
Magangué, una población de 180.000 habitantes, que parece haber tocado fondo: hace 10 años era categoría 2 y ahora es categoría 6, es decir, tiene una capacidad de inversión mínima y le falta tecnicamente muy poco para dejar de ser municipio.
No hay servicios públicos, acusa graves problemas de agua potable, tiene 12 centros de salud cerrados y su bajísimo nivel de vida, (el 70% de la población es estrato 1 y 2), le asemeja al departamento del Chocó.
Como si lo anterior no fuera suficiente, el alcalde Marcelo Torres tiene al concejo en pleno haciéndole oposición y bloqueando sus iniciativas. Sin embargo, el apoyo que se le niega localmente lo ha obtenido a nivel nacional. El presidente Juan Manuel Santos le dio un espaldarazo diciéndole públicamente: «Usted no está solo, señor Alcalde».
Marcelo Torres está dispuesto a dar la pelea, (con la misma tenacidad con la que ganó la Alcaldía con todo en su contra), por devolver a este sufrido municipio su antiguo esplendor.
«Después de tocar fondo, solo se puede subir», dice el viejo adagio.
Los magangueleños esperan que en su caso esto se cumpla.