
En medio del complejo panorama político y social que vive la capital del país, el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, parece estar cada vez más atrapado en una dinámica de bipolaridad política con el Gobierno nacional, encabezado por el presidente Gustavo Petro.
Esta disputa, lejos de centrarse en soluciones para los grandes problemas que aquejan a los bogotanos, ha tomado un rumbo que oscila entre la crítica recurrente y la contradicción política.
En las últimas semanas, Galán ha intensificado sus señalamientos hacia el Gobierno nacional, culpándolo de manera reiterada por los desafíos que enfrenta su administración.
Temas como la movilidad, la inseguridad, la gestión de residuos y el manejo de comunidades indígenas han sido recurrentes en sus discursos, no para presentar propuestas claras, sino para exigirle al presidente Petro su intervención directa.
Presidente, ayúdeme
“Presidente, ayúdeme con los buses eléctricos; ayúdeme con los indígenas; ayúdeme con TransMilenio, con la seguridad de la ciudad, con el servicio de basura”, es el tono que ha adoptado Galán ante la opinión pública.
Sin embargo, esta actitud genera desconcierto cuando se contrasta con sus respuestas defensivas cada vez que el presidente Petro lo interpela sobre su falta de liderazgo.
Un ejemplo claro se dio recientemente, cuando el mandatario nacional hizo un fuerte pronunciamiento criticando el estado de las obras del Metro de Bogotá, que ha sido objeto de múltiples cuestionamientos técnicos y urbanísticos.
Presidente, no se preocupe tanto por Bogotá
En lugar de asumir la crítica como una oportunidad para corregir o explicar el avance del proyecto, Galán reaccionó con una respuesta evasiva: “Presidente, no se preocupe tanto por Bogotá”.
Esta bipolaridad entre la solicitud de ayuda y el rechazo a la supervisión evidencia una contradicción en el discurso del alcalde.
¿Cómo es posible pedir colaboración constante del Gobierno nacional y al mismo tiempo exigirle que no se involucre tanto en los asuntos de la ciudad?
Tal bipolaridad política no solo genera confusión, sino que debilita la credibilidad de una administración que aún no logra consolidar un rumbo claro.
En lugar de consolidar una agenda de gobierno coherente y centrada en la gestión eficiente, Galán parece haber optado por el camino de la victimización política.
Una estrategia que, si bien puede funcionar en el corto plazo para desviar la atención sobre problemas estructurales, termina por socavar su propia capacidad de liderazgo.
Porque, ¿quién puede confiar en un gobernante que se escuda constantemente en las fallas del otro, en lugar de asumir con responsabilidad el manejo de su ciudad?
Alcalde, la ciudadanía bogotana espera resultados, no excusas.
Espera planes de acción frente al caos en la movilidad, al deterioro del espacio público, al miedo que genera la creciente inseguridad en barrios enteros. Espera una administración que gobierne con firmeza y con claridad, y no una que se diluya entre comunicados de prensa, acusaciones cruzadas y frases defensivas.
En este contexto, la bipolaridad del alcalde Galán deja de ser una diferencia ideológica legítima y se convierte en un espectáculo político que poco o nada aporta a la solución de los problemas reales de la capital.
Si el alcalde quiere recuperar la confianza de la ciudadanía y ejercer con dignidad el mandato que recibió, deberá dejar de lado los juegos de blame-shifting (culpar a otros) y concentrarse en lo fundamental: gobernar.
Porque Bogotá no puede seguir siendo el escenario de la bipolaridad política del alcalde. Lo que está en juego no es el prestigio de un político, sino la calidad de vida de más de ocho millones de ciudadanos. Y eso merece, sin duda, algo más que excusas.