
Tras el atentado contra el senador Miguel Uribe, del partido Centro Democrático, las reacciones políticas han sido intensas y reveladoras.
Aunque el ataque representa una tragedia personal y un hecho condenable desde cualquier ángulo, su impacto en la esfera política ha sido particularmente provechoso para los sectores de derecha que ven en este episodio una oportunidad estratégica.
Miguel Uribe, hasta antes del atentado, generaba polémicas internas dentro de su partido y carecía de protagonismo fuera de él.
Pero tras el atentado, su figura ha adquirido una nueva relevancia, al punto que puede decirse que le resulta más valioso a la derecha en esta coyuntura, herido y silenciado, que en plena actividad política.
¿Cómo capitaliza la derecha el atentado?
Uno de los primeros indicios de la capitalización política del hecho fue la visita masiva de precandidatos y opositores al gobierno de Gustavo Petro a la Clínica Santafé, donde se encuentra internado el senador.
Estos actores, lejos de centrarse exclusivamente en la condena al acto violento, aprovecharon el momento para responsabilizar directamente al gobierno y a su discurso reformista.
El relato se centró en afirmar que el «odio» sembrado por Petro y sus reformas es el germen de la violencia actual.
No se refirieron a las reformas por su contenido, sino como una excusa para generar división, trasladando así la culpa del atentado a quien propone cambios estructurales en el país.
Esta reacción configura una jugada política clara
Utilizar el atentado como una ventana perfecta para debilitar al gobierno, desacreditar sus reformas sociales y justificar una ofensiva discursiva y legislativa que bloquee cualquier intento de transformación.
En otras palabras, el ataque a Miguel Uribe se está usando como excusa para frenar políticas que buscaban dignificar el trabajo, la salud y la educación pública, presentándolas ahora como peligrosas incitaciones al caos.
Sin embargo, un análisis más fino del panorama permite ver que el principal beneficiario político de este atentado no es la izquierda, ni siquiera el gobierno, sino las propias fuerzas internas de la derecha e incluso algunos sectores del Centro Democrático.
Dentro del partido de Miguel Uribe, había fuertes tensiones por sus métodos de campaña.
Se le acusaba de violar topes de gasto y de utilizar recursos de manera irregular, lo que generó fricciones con sus compañeros de colectividad.
Además, su candidatura no generaba entusiasmo; más bien, era blanco de burlas y críticas, tanto en la derecha como en la izquierda.
En medio de ese contexto, el atentado cambia la narrativa.
Ya no se habla de sus escándalos, sino de su «martirio«. La figura de Miguel Uribe se ha transformado en un símbolo de víctima, y eso ofrece réditos no solo para su partido, sino también para quienes desean posicionarse en un discurso de orden y seguridad, tan eficaz en campañas anteriores.
Lo que antes era una campaña deslucida ahora se convierte en un fenómeno de solidaridad y cohesión, al menos temporal, dentro de un sector que necesitaba urgentemente oxígeno político.
Las circunstancias del atentado también levantan suspicacias.
El uso de sicarios adolescentes recuerda los oscuros métodos del narcotráfico en los años más violentos del país, en particular el accionar del cartel de Medellín, históricamente vinculado a sectores del uribismo.
Aunque resulta inverosímil sugerir que el atentado fue simulado, especialmente al tratarse de un ataque tan grave que dejó a Miguel Uribe gravemente herido con impactos de bala en la cabeza, el pasado del uribismo con montajes, falsos positivos y estrategias de manipulación mediática legitima, al menos en parte, la desconfianza que muchos expresan frente a la narrativa oficial.
No se trata de negar la gravedad del atentado ni de trivializar el sufrimiento de Miguel Uribe y su entorno. Pero es inevitable ver cómo el atentado ha sido instrumentalizado políticamente.
El uribismo ha hecho del discurso de seguridad un eje central de su accionar político, y lo ha utilizado en otras ocasiones para capitalizar momentos de crisis.
Duda razonable
La duda razonable surge cuando se observa que los efectos inmediatos del ataque son, curiosamente, altamente beneficiosos para el discurso de la extrema derecha: pone la inseguridad en primer plano, debilita las reformas sociales, fortalece la narrativa del «enemigo interno» y cohesiona a sus bases.
Más allá de las investigaciones que continúan, lo cierto es que el atentado ha reconfigurado el tablero político de forma abrupta.
Miguel Uribe, criticado y debilitado dentro de su propia colectividad, se convierte hoy en una pieza clave para reactivar una narrativa de confrontación con el gobierno.
El gran desafío para la sociedad colombiana es no permitir que el dolor de una víctima sea manipulado para frenar el avance de derechos y reformas necesarias, ni que la violencia termine siendo, otra vez, una herramienta de cálculo electoral.