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‘El Rincón de El Zahir’, la ventana cultural de Barrancabermeja Virtual, presenta poemas de José Alfonso Valbuena.

casabeAcaba de salir publicado un libro de poemas del escritor, José Alfonso Valbuena Leguízamo, intelectual colombiano que combina el ejercicio de la cátedra universitaria con su pasión por las letras. El prólogo del libro titulado ‘Como un bálsamo’ y la carátula corresponden al escritor y caricaturista barranqueño, Mario Torres Duarte, (Casabe), quien a través de ‘El Rincón de El Zahir’ quiere compartir con los lectores de Barrancabermeja Virtual su pasión por los poemas de Valbuena.

¿Quién es José Alfonso Valbuena Leguízamo?
José Alfonso Valbuena Leguízamo es un escritor, candidato a Doctor en Derecho, docente e investigador universitario.

Hacia finales de la década de los 90 participó como cofundador de los talleres culturales Artsenal y Manifestaciones.

Ha participado de recitales poéticos en Colombia. Sus poemas han sido publicados en revistas universitarias.
Punto de Fuga, obra presentada en la ciudad de Zamora, México, en el marco del XVI Encuentro Internacional de Poetas 2012 es su primer libro publicado.

Valbuena combina el ejercicio de la cátedra universitaria con su pasión por las letras, con lo cual vive la liberación y renovación permanente del espíritu, en contacto con los espacios siempre jóvenes de la academia.

 
Prólogo:  ‘Como un bálsamo’ (escrito por Mario Torres Duarte). 
 
Como un bálsamo
“Es como un bálsamo”, eso me dijo una amiga al terminar de escuchar la lectura de poemas que hiciera hace un año Alfonso Valbuena.

A Alfonso lo conocí un sábado de febrero de 1988 en la Universidad Distrital de Bogotá, mientras él organizaba en una mesa grande de la cafetería, unas viejas fotos de ciudad y de rostros desconocidos. Era un hombre flaco y de mediana estatura, arriesgado y alegre, y con un humor negro que se me antojó irreverente y rebelde, de esa rebeldía que me revelaría la Bogotá que apenas empezaba a conocer.

Me contó entonces que tenía junto a los poetas César Augusto Melo y Jorge Salieri, un colectivo de poesía llamado ArtSenal, todos ellos muy jóvenes y con muchas ganas de vinos y versos, de música y descubrimiento, y sobre todo en Alfonso, de cigarrillos y palabras que entonces trataban sobre la revolución y las mujeres, mientras el humo dibujaba un tema de Vangelis.

Poco tiempo después, durante el Primer Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá y en medio de la fiesta de los actores, a su amigo César Melo lo golpearon a sangrar dentro del restaurante Punto Rojo de la carrera 7 con calle 22. Luego lo lanzaron a la calle, al paseo de la muerte. Dos días después, las paredes del restaurante ya marcadas de la sangre del poeta, lagrimearon la pintura rabiosa que los estudiantes, dirigidos por Valbuena, descargaron  contra los matones.

Fue la primera vez que vi a Alfonso triste de verdad, sin nada que decir. Esa fue su primera muerte.

Pero siguió escribiendo poemas a la hora de la tertulia, poemas en servilletas ebrias, versos en las facturas de una panadería cualquiera, frases en portones desconocidos. Su poesía lúdica y graciosa como en Obra del gato (1), ahora se tornaba gris y precisa como en Ausencia (2). 

(1) El florero roto en pedazos/ Las flores regadas sobre la mesa./ Las sillas raídas hacían juego/ con la alfombra descolorida./ Cansada estaba la sonrisa/ en el retrato de Gioconda./ Al parecer todo fue obra del gato.

(2) Fría taza de café/ Esperando/ Sobre la mesa
Fotografía en grises/ Con sonrisa/ Sin movimiento
Hueco/ En el centro/ Del estómago
Solo de violín/ Escapando/ Por la ventana
Silla vacía/ Gélido tálamo/ Mirada en el techo del silencio

A mediados de los años noventa, su otro compañero de versos, Joge Salieri, decidió partir hacia donde César Melo en otro intento de suicidio, esta vez no fallido.

El sueño de ArtSenal se esfumó. Esa fue la segunda muerte de Alfonso y con ella, la de ArtSenal.

Ahora, el silencio que todo lo mata y la soledad que mandó por la alcantarilla del olvido su poesía llevada de la mano de la muerte. Poco después, los papeles de cafetería dejaron de recordar hasta los panfletos de Manifestaciones Taller Cultural, germen de rebeldía que alimentamos por años, hasta que la reacción nos dejó a la deriva, sin palabras.

Lo volví a ver a finales de los noventa. Era un hombre flaco y de mediana estatura, y triste a pesar de su sonrisa. El humor negro había desaparecido, o así lo sentí. Comprendí entonces su proceso. Sólo era cuestión de tiempo antes de que Alfonso volviera en búsqueda de esos papeles que estaban dormidos en su memoria. 
Hace poco más de dos años, por suerte de una red social, nos volvimos a encontrar. Ahora era un hombre flaco y de mediana estatura, tranquilo, con un humor negro remozado y con ganas de tomarse el mundo, su mundo de palabras, de sus palabras, de volver al pasado sin que fuera el pasado.

Esta vez sólo le faltaba un impulso, un caos diferente, sin destruir el cosmos que hasta ese momento tenía, un mundo por fuera de la academia y la ortodoxia. Un Punto de Fuga.

De nuevo llegaron a su vida los escritores y los libros, los cuentos de otros y las buenas tertulias. Y llegaron sus nuevos poemas a acompañarlo en su soledad ya perdida.

Me sorprendió porque mantenía aun esa poesía de la exactitud y de la palabra precisa, esa lúdica que enriquece la mirada, y ahora, como lugar común pero necesario, de la madurez, por esa manera tan propia de contar las cosas que nos pasan a todos, pero que nos siguen sorprendiendo por sus recursos limpios, sin adornos innecesarios. Versos justos, poemas austeros. Lúdica del sentimiento y la razón.

Nació así Punto de Fuga, poemario donde por sus calles y avenidas, cruza el  Punto de partida, su familia, sus hijos. Canta así a Don Efraín en Padre, cuyo final dice:

En la energía vital/ De tu descendencia./ Allí estarás,/ A la sombra del árbol,/ O colgando los faroles/ En diciembre.

Llegó también el Punto de intersección, esos amores donde se vuelve a amar a la mujer perdida, a la mujer de ahora, a la mujer imaginada. En un aparte de Danza, escribió: 

Haz que los infinitos,/ que dibujan tus caderas,/ me salven de la muerte.
Traza el camino vital,/ con el vibrar de tu cintura/ y el ondular de tu vientre.

Apareció el Punto de Kandinsky y sus Bigotes de gato y, Punto y aparte y sus Versos aplazados.

Puntos y más puntos sobre su plano poético, Punto de fuga y con ellos el cuestionamiento a la existencia misma pintada en Colgado del Crepúsculo que a la sazón versa así:
 
Aquí estoy: con todo y sin nada,/ absuelto, condenado…/ Colgado del crepúsculo.

Y al final ese Punto Final, cuatro poemas en donde se resume todo lo que Alfonso es, desde el divertido Zancudo hasta ese punto infinito que está en el cielo y la Tierra, en el día y la noche y al mismo tiempo, en todo el centro de su poesía:

Artsenal fugaz andar/ Nutrido de savia;/ pregón de versos inconclusos,/ por obra y gracia/ de la muerte, el suicidio y el silencio.

Es un viernes empezando junio y no me resisto a incluir, por la gracia del mago poeta, un aparte de su último texto incluido en el poemario, dedicado a quien, por su mirada, canta ahora el bardo:

Desde entonces,/ Todos los finales de agosto,/ Aparece un hada sentada sobre la Luna.

“Es como un bálsamo”, eso me dijo un miércoles del año pasado Luz Marina al terminar de escuchar los poemas de Alfonso Valbuena. Tenía toda la razón. Volvieron renovadas aquellas fotos viejas ahora llenas de colores, volvieron sus rostros a sonreír como aquel gato travieso.
ArtSenal, arte y semántica, por siempre.
Ya no habrá entonces una tercera muerte para Alfonso.
Mario Torres Duarte
Junio de 2012

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