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Cuando la oposición eligió el miedo en vez de las soluciones frente al aumento del salario mínimo

Conviene hacer memoria: revisar qué dijeron los precandidatos presidenciales y tachar de la lista a quienes satanizaron el aumento del salario mínimo. Ni un voto para ellos.

Cuando su electorado estaba esperando un pronunciamiento serio y responsable de parte de la oposición en Colombia —uno que explicara cómo ayudar a los microempresarios, qué palancas institucionales existen y cómo combinarlas para que no solo sobrevivan al aumento del salario mínimo sino que salgan fortalecidos— lo que recibió fue exactamente lo contrario. 

Una oposición anacrónica, neoliberal y claramente decadente salió en masa a aplastar el anuncio del aumento del salario mínimo vital, sembrando miedo, terror y un supuesto caos económico que solo existe en esa mentalidad obtusa que históricamente ha velado por sus propios intereses, siempre en contra de la gente.

En lugar de proponer un marco claro, práctico y aterrizado, como suele hacerse en debates serios de políticas públicas, decidieron recurrir al alarmismo, a titulares apocalípticos y a la politiquería más barata. 

Pudieron haber aportado ideas sin caer en tecnicismos vacíos. 

Pudieron haberle hablado al país real: al tendero, al pequeño productor, al emprendedor de barrio. Pero no. Eligieron atacar el aumento, no complementarlo.

Bien pudieron proponerle al Gobierno una agenda para apoyar a los microempresarios con alivios fiscales inteligentes que reduzcan costos sin afectar la recaudación a largo plazo. 

Créditos fiscales temporales para quienes demuestren cumplimiento del nuevo salario mínimo. 

Reducciones o exenciones parciales de impuestos sobre la nómina durante los primeros 12 o 24 meses. 

Socializar políticas públicas básicas

Deducciones aceleradas para inversiones en tecnología o capacitación que aumenten la productividad. Nada de esto es radical ni irresponsable: es política pública básica.

También pudieron impulsar un subsidio temporal al salario para microempresas, programas de cofinanciación para contratar jóvenes, madres solteras o personas en reinserción laboral, o bonos de productividad compartidos entre Estado y empresa que mantengan empleos sin asfixiar al empleador. 

Desde la banca privada, pudieron exigir acceso real a crédito barato: microcréditos con tasas preferenciales para cubrir nómina durante el periodo de ajuste, garantías estatales para que los bancos sí presten, fondos rotatorios administrados por cámaras de comercio o bancos públicos. 

Pero no hubo propuestas, solo miedo.

Si el salario sube, la productividad debe acompañar. Eso también lo saben, pero nunca lo dicen. 

Programas de capacitación gratuita en contabilidad, ventas digitales o automatización básica; vouchers tecnológicos para software de gestión, inventarios o facturación; asistencia técnica personalizada para reorganizar procesos y reducir costos. 

Un microempresario con herramientas produce más y puede pagar más.

Existen además figuras como la reducción temporal de cargas no salariales, la simplificación de trámites laborales o la disminución de aportes parafiscales. Menos tiempo en trámites, más tiempo generando valor. 

Y ni hablar de las compras públicas: el Estado es un cliente gigante. Cuotas para microempresas locales, pagos rápidos y contratos accesibles podrían financiar toda la transición salarial.

El aumento del salario mínimo no es una sentencia de muerte para el microempresario. 

Con políticas bien diseñadas puede ser un impulso hacia la formalización, la productividad y la competitividad. La oposición, en cambio, volvió a desempeñar su papel favorito: sabotear el cambio y aferrarse a sus privilegios en contra de la clase trabajadora. 

Conviene hacer memoria: revisar qué dijeron los precandidatos presidenciales y tachar de la lista a quienes satanizaron el aumento del salario mínimo. Ni un voto para ellos.


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