
La imagen que circula en la red social X, replicada de manera insistente por cuentas que se autodenominan “voluntarias”, pretende vender a Sergio Fajardo como un dique moral frente al gobierno de Gustavo Petro.
Sin embargo, para muchos críticos, esa propaganda termina revelando algo distinto
Una visión política que, lejos de representar un cambio real, defiende buena parte del statu quo que ha producido la profunda desigualdad colombiana.
El mensaje “No más destrucción” funciona como consigna emocional, pero resulta vacío cuando se examina qué intereses se resguardan detrás.
El debate pensional
En el debate pensional, por ejemplo, Fajardo ha sido asociado con la defensa del modelo de fondos privados, un esquema ampliamente cuestionado por socializar pérdidas y privatizar ganancias, además de excluir históricamente a quienes no alcanzan ingresos altos.
Para sus detractores, mantener ese sistema no es proteger a los ciudadanos, sino a conglomerados financieros que han hecho del ahorro pensional un negocio.
Algo similar ocurre en el sector de la vivienda.
Las críticas apuntan a que Fajardo ha respaldado modelos como el de Mi Casa Ya, donde los constructores privados y la intermediación financiera se benefician de recursos públicos.
En esta lectura, no se trata de garantizar el derecho a la vivienda, sino de sostener relaciones entre política y grandes intereses económicos que vienen de gobiernos anteriores.
En salud, el discurso fajardista suele centrarse en la “falta de recursos” del sistema.
No obstante, quienes lo cuestionan señalan que esta mirada evita discutir de fondo el papel de las EPS y las denuncias de corrupción que han rodeado al sector durante años. Inyectar más dinero sin transformar el modelo sería, según esta visión, perpetuar un sistema ineficiente y desigual.
La educación tampoco escapa a este análisis crítico.
Se acusa a Fajardo de privilegiar esquemas de crédito educativo y alianzas con instituciones privadas sobre la gratuidad y el fortalecimiento de la universidad pública.
Para sus opositores, esta postura refleja una lógica neoliberal donde el acceso al conocimiento se concibe como mercancía y no como derecho.
Fajardo se presenta además como defensor de la Constitución y de la “decencia” en la política.
Sin embargo, sus críticos interpretan esa bandera como una estrategia para frenar reformas sociales impulsadas por un gobierno progresista, reformas que afectan privilegios de sectores tradicionales.
La decencia, en este marco, no sería ética pública, sino una forma amable de conservar el poder.
Un mensaje ambiguo y solapado
El contraste entre su discurso anti polarización y su constante crítica a Petro, junto con su silencio frente a figuras como Álvaro Uribe, refuerza la percepción de ambigüedad.
A esto se suman controversias de su gestión pasada —Hidroituango, Biblioteca España y otros episodios que lo vinculan con la parapolítica— que, según sus detractores, rara vez asume con la misma severidad con la que juzga a otros.
Así, más que un salvador neutral, la “verdadera cara” de Sergio Fajardo aparece, para muchos, como la de un político hábil en el lenguaje moderado, pero comprometido con la continuidad de un modelo que ha demostrado profundas fallas estructurales.





