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El cínico y anacrónico Jaime Durán Barrera: La política de los silencios convenientes

Si ahora necesita exhibir obras y gestiones, es porque su trabajo parlamentario es, a todas luces, insuficiente. Pretende que el pueblo santandereano agradezca una gestión que deja huella, sí, pero —según sus críticos— principalmente en los bolsillos de sus patrocinadores

Jaime Duran
Jaime Duran

Durante años, el senador liberal Jaime Durán Barrera ha repetido, casi como un mantra, que su trabajo se mide “con hechos, no con palabras”. La frase, en abstracto, suena atractiva y hasta responsable. Sin embargo, cuando se examina quién la pronuncia y el contexto en el que se utiliza, el eslogan adquiere un tono cínico. 

En boca de un político con décadas en el Congreso, que encarna para muchos lo más anacrónico de la politiquería santandereana, la consigna parece más un recurso retórico para esconder la falta de resultados que una verdadera rendición de cuentas.

Durán Barrera insiste en que muchas de sus gestiones se han realizado “lejos de las cámaras, en silencio, con disciplina y con amor por esta tierra”. 

Es una frase de cajón, repetida hasta el cansancio por políticos tradicionales que confunden el bajo perfil con la ausencia de control ciudadano. 

Para sus críticos, ese “silencio” no es virtud, sino evidencia de un nulo o escaso trabajo legislativo. 

Tras décadas de presencia en el Congreso, resulta difícil señalar proyectos de ley emblemáticos, debates de fondo o posiciones claras que lo identifiquen como un senador comprometido con transformaciones estructurales para Santander y para el país.

En cambio, lo que sí se menciona con frecuencia es su papel como gestor de contratos y obras públicas. 

Obras que, según señalan voces críticas, muchas veces resultan innecesarias o terminan convertidas en elefantes blancos, mientras los verdaderos problemas sociales del departamento siguen sin solución. 

Bajo esta mirada, Durán Barrera no ha sido un legislador activo, sino un intermediario eficaz para los intereses de sus patrocinadores políticos y económicos.

Otro de los grandes vacíos que se le cuestionan es la ausencia de una identidad ideológica clara. 

Después de tantos años en el Senado, nadie sabe con certeza si Durán Barrera es de izquierda, de centro o de derecha. 

Tampoco es claro cómo vota las leyes clave: si lo hace a favor de las grandes corporaciones o del pueblo que dice representar. 

Esa ambigüedad permanente no parece casual, sino una estrategia para no incomodar a nadie con poder y para mantenerse vigente en un sistema político basado en favores y lealtades personales.

Hoy, con una arrogancia que irrita a muchos, el senador afirma que sigue trabajando “con la misma responsabilidad de siempre”. 

Sus detractores traducen esa frase como una responsabilidad intacta, sí, pero con quienes financian y sostienen su carrera política. No es casual que jamás se le haya visto defendiendo con convicción las reformas sociales impulsadas por el progresismo ni liderando debates que incomoden al establecimiento.

Ahora, en tiempos de redes sociales y coyuntura electoral, Durán Barrera asegura que está “aprendiendo” a mostrar su trabajo en plataformas digitales. 

La confesión resulta reveladora 

Si ahora necesita exhibir obras y gestiones, es porque su trabajo parlamentario es, a todas luces, insuficiente. 

Pretende que el pueblo santandereano agradezca una gestión que deja huella, sí, pero —según sus críticos— principalmente en los bolsillos de sus patrocinadores, no en el bienestar colectivo ni en una legislación que transforme la realidad.


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