
En medio del escándalo de corrupción más grande de la historia reciente de Colombia, denunciado por el presidente Gustavo Petro y relacionado con el sistemático saqueo de los recursos públicos del sistema de salud por parte de las EPS —un desfalco que podría superar los 100 billones de pesos— la Revista Cambio optó por centrar su editorial no en la gravedad de esta denuncia, sino en desviar la atención hacia la supuesta “devoción religiosa” que ciertos sectores de la población sienten por el mandatario.
Un movimiento editorial que genera más preguntas que respuestas.
¿A quién pretende proteger este medio?
¿A quién quiere engañar?
¿De verdad creen que la ciudadanía es estúpida?
La elección de tema editorial por parte de Cambio no solo es insensible, sino deliberadamente cómplice del silencio mediático que pretende minimizar el impacto de las denuncias presidenciales.
En lugar de indagar a fondo en las redes de corrupción que han dejado a millones de colombianos sin acceso digno a la salud, el medio opta por atacar a quienes aún creen en el proyecto político que representa Petro, tachándolos de fanáticos religiosos.
¿Acaso se nos está diciendo que tener esperanza en una transformación política es un pecado?
¿O es que el problema para los medios radica en que esa esperanza pone en jaque los privilegios de quienes siempre han estado del lado del poder económico?
Lo cierto es que el discurso del presidente no contradice la realidad.
Al contrario, la evidencia acumulada en las investigaciones sobre el robo en el sistema de salud colombiano respalda plenamente sus denuncias.
Lo que sí entra en contradicción es la narrativa fabricada por muchos medios tradicionales que pretenden mostrar al país como un caos simplemente porque las estructuras de poder se están reconfigurando a favor del pueblo.
La tragedia de los poderosos
Para los medios financiados por grandes intereses empresariales, que sus patrocinadores pierdan privilegios resulta una tragedia. Pero para el pueblo, ese cambio de privilegios representa justicia.
La gente no defiende a Petro por ceguera o fanatismo. Defiende una visión de país donde los recursos públicos se usen para el bienestar común y no para enriquecer a mafias privadas. En vez de devoción ciega, lo que hay es una conciencia clara de lo que está en juego.
¿Cuál es el cambio?
Las ideas de Gustavo Petro representan para millones de colombianos algo que nunca antes se les había ofrecido de forma realista: la posibilidad de que el poder deje de ser un privilegio de élites para convertirse en una herramienta del pueblo.
Esas ideas responden a décadas de abandono estatal, de desigualdad estructural, de una salud tratada como negocio y no como derecho. Por eso la gente apoya su proyecto: porque por primera vez sienten que alguien en el poder está dispuesto a enfrentarse a quienes siempre los han robado.
El editorial de Cambio no solo ignora el fondo del escándalo denunciado, sino que desestima con arrogancia la inteligencia del pueblo colombiano.
Ya no estamos en los tiempos en que se creía ciegamente lo que decía el noticiero o la portada de una revista. El pueblo ha despertado, se informa, compara, investiga y saca sus propias conclusiones. Y hoy, la narrativa de sumisión y caos promovida por ciertos medios ya no tiene cabida en una ciudadanía empoderada.
La Revista Cambio ha editorializado mal y a destiempo.
En vez de actuar como un canal de control ciudadano ante la corrupción, ha optado por el camino fácil de atacar al mensajero y a quienes lo escuchan. Pero el mensaje es más fuerte: Colombia quiere cambio, y esta vez, el cambio no se negocia ni se calla.