
En marzo de 2024, una serie de figuras políticas y periodistas de renombre, entre ellos Efraín Cepeda, Vicky Dávila, Miguel Uribe y Paloma Valencia, se burlaron abiertamente del presidente Gustavo Petro.
La razón: el mandatario había denunciado públicamente que existía un plan para darle un golpe de Estado, esta vez no de manera blanda, como se había intentado en los dos años previos, sino con un golpe de estado para derribarlo del poder.
El comentario, respaldado por la denuncia de Petro, se veía como la manifestación de una paranoia infundada, una supuesta consecuencia de una adicción a las drogas que muchos señalaban como el obstáculo para que el presidente pudiera seguir gobernando.
Narrativa mediática
Este clima de descalificación se convirtió rápidamente en una narrativa mediática que sugería que Petro, además de un complejo de persecución, padecía una suerte de trastorno mental causado por su presunta drogadicción.
Varios de los detractores más vehementes, incluidos los mencionados anteriormente, no solo minimizaban sus palabras, sino que las convertían en objeto de burla.
«Es un loco«, «habla de más» y «no está en sus cabales«, fueron algunas de las expresiones que circularon durante esos días.
Petro, sin embargo, no dejó que el escarnio lo desviara de su objetivo.
En aquel entonces, también alertó sobre la maniobra que se estaba tramando en las sombras: el uso de instituciones como la Procuraduría y la Contraloría para inhabilitar a Francia Márquez, su vicepresidenta, con el fin de que no pudiera asumir la presidencia en caso de que él fuera depuesto.
Este plan, según Petro, abriría el camino para que Efraín Cepeda, como presidente del Congreso, llegara al cargo de jefe de Estado. La denuncia fue clara, directa y desafiante.
El tiempo, sin embargo, le dio la razón.
Apenas unos meses después, tras la aprobación de dos reformas claves, se evidenció que la acusación de Petro no era producto de la paranoia ni de una supuesta adicción.
Por el contrario, la denuncia estaba cimentada en la lucidez y la percepción precisa del presidente sobre los movimientos en el poder. A medida que se destaparon detalles del complot, muchos de los elementos que Petro había señalado comenzaron a encajar, confirmando la gravedad de la situación.
La traición de figuras como el exministro Leyva, que inicialmente se había presentado como un líder de consenso, mostró la dimensión de la conspiración en curso.
Leyva no era simplemente un político desilusionado o resentido, sino una pieza clave en una trama que involucraba a actores de las más altas esferas del poder.
La naturaleza de la traición
La participación de diferentes instituciones, entidades y, posiblemente, funcionarios del Estado, mostró que el golpe de Estado que Petro había denunciado no era una mera fantasía, sino una estrategia cuidadosamente elaborada.
Lo más preocupante no fue solo el intento de desestabilizar al gobierno de Petro, sino la naturaleza de la traición.
Leyva y otros actores no estaban motivados por un deseo de servir al pueblo o de promover la paz, sino por intereses más oscuros: mantener la guerra como herramienta para perpetuar su poder y seguir alimentando el conflicto a fin de obtener ganancias políticas y económicas.
Lo que parecía un «tiro al aire» de un presidente bajo ataque se transformó en una revelación de la podredumbre política y la traición institucional.
Una clase política despreciable
La figura de Alvaro Leyva no era la de un líder maduro que busca la reconciliación, sino la de un representante de una clase política despreciable que se empeña en arrojar desechos sobre la vida de los demás, sin importarles las consecuencias para el país.
El llamado «golpe de estado» contra Petro no solo expuso las tácticas sucias de quienes buscan desestabilizar al gobierno, sino también la profunda hipocresía de aquellos que pretenden gobernar bajo la bandera de la diplomacia, pero en realidad buscan perpetuar un sistema de corrupción y conflicto.
La lucha por la paz y la justicia en Colombia no solo se libra en el campo de batalla, sino también en el ámbito político, donde la traición y la manipulación continúan siendo las armas preferidas de quienes desean mantener el statu quo.
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Fuente: Clelia Judith Hurtado en Facebook