
La reciente declaración del alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, en torno al metro elevado de la ciudad ha desatado una oleada de indignación ciudadana.
En un intento por cerrar el debate público sobre la obra más polémica de los últimos tiempos, Galán afirmó: “Una reflexión sobre el Metro de Bogotá. Este ha sido un sueño de todos y es un proyecto de la ciudad. Dejemos atrás divisiones y discusiones políticas, y asumamos el compromiso de cuidarlo como un ícono de Bogotá.»
Estas palabras, lejos de conciliar, encendieron aún más el rechazo en redes sociales.
La ciudadanía no ha dudado en calificar el mensaje como hipócrita y cínico, al considerar que se busca silenciar la crítica legítima frente a un proyecto impuesto, no consensuado, y cargado de fallas técnicas, ambientales y urbanísticas.
La discusión sobre el metro, como bien señalan varios sectores ciudadanos, no es política sino técnica: construir una línea elevada sobre la avenida Caracas es una decisión que ha causado daños irreversibles al entorno urbano y al tejido social de la ciudad.
El metro elevado no representa un sueño colectivo, sino la materialización de una traición.
Fue impuesto en medio de engaños y discursos maquillados, para salvaguardar el negocio de los buses de TransMilenio, sistema con el que Galán y sus aliados políticos han estado históricamente comprometidos.
El supuesto “proyecto de ciudad” fue diseñado más para sostener intereses económicos que para ofrecer un sistema de transporte moderno, eficiente y armónico con el desarrollo urbano de Bogotá.
Las críticas no se centran únicamente en el diseño elevado, sino también en la forma como se ha ejecutado la obra.
Las demoras, improvisaciones y falta de sanciones a los concesionarios incumplidos han causado un deterioro no solo en la infraestructura urbana sino en las finanzas del Distrito.
Las obras mal planificadas, los cierres de vías mal coordinados y el caos generado en amplios sectores de la ciudad son prueba palpable de una ejecución que dista mucho de la excelencia que debería tener un proyecto de esta magnitud.
Un intento por callar la protesta
Lo que Galán presenta como “unidad ciudadana” para cuidar el metro, es leído por muchos como un intento de callar la protesta y evadir el control político.
Pero ni el sentimentalismo en sus palabras, ni la campaña mediática para romantizar el metro elevado, borrarán lo que muchos consideran una gran derrota para Bogotá: la renuncia a un sistema férreo moderno, subterráneo y estructurador, que la ciudad llevaba décadas esperando.
Un alimentador de TransMilenio
En lugar de eso, se optó por la solución más barata, más rápida en apariencia, y más beneficiosa para quienes han lucrado con la expansión desmedida de TransMilenio.
Las celebraciones oficiales por cada tren recibido o por cada metro de vía construida no alcanzan para disfrazar lo que muchos bogotanos ven como un monumento a la mediocridad, la improvisación y la falta de visión de ciudad.
Lejos de ser un ícono para proteger, el metro elevado se ha convertido en símbolo de lo que pasa cuando las decisiones se toman de espaldas a la ciudadanía, cuando se privilegian negocios por encima del bienestar común, y cuando los gobernantes intentan maquillar sus errores con discursos vacíos.
El verdadero sueño de Bogotá no era este.
Era tener un sistema digno, moderno y pensado a largo plazo. Ese sueño, lamentablemente, fue sepultado bajo columnas de concreto. Pero lo que no podrán enterrar es la voz crítica de una ciudadanía que, a pesar del desencanto, no se resigna. Porque cuidar la ciudad también es exigir que no se repitan estos errores.
Fuente: Heidy Sánchez Barreto en X